El éxito de la campaña de Vicente Fox -entre otros- fue el haber ofrecido una alternativa diferente: en realidad un cambio.
Quién no recuerda el discurso simple y directo en el que la meta principal era "echar a patadas al PRI de los Pinos", o la lucha contra las tepocatas y víboras prietas, o más simple aún: "vota por el cambio" (no olvidemos la promesa de encerrar a Salinas); estas frases, en un contexto en el que el nivel de corrupción en el partido (PRI) -y todo lo relacionado con éste- estaba en su punto más alto y quizá más evidente, así como una sociedad harta de esto y de las crisis recurrentes, representaron una válvula de salida, una opción pacífica para cambiar el rumbo, una buen motivo para salir a votar, para el grueso de la población.
Sin embargo, el efecto emancipador no duró mucho, pronto comenzamos a ser testigos de que en realidad no habría un cambio en la conducción del país, que no existía un proyecto claro de gobierno que devendría en una sobrada incapacidad para gobernar.
Tres ejemplos claros: la designación de Gil Díaz como secretario de hacienda, que aunque tecnócrata, su formación era eminentemente priista -lo que cerraba la pinza en relación con el Gobernador del Banco de México-; la relación de amistad entre la lideresa del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo y el Presidente; y la no acción en contra de la estructura gubernamental, ni que decir de la estructura del sistema heredada del priato.
Mientras tanto, el PRI parecía que no se levantaría después del golpe recibido. Por primera vez no había un "jefe máximo" y los múltiples grupos en el interior del partido tenían que arreglar sus diferencias directamente. Sin embargo, para las elecciones federales de 2003 el Revolucionario Institucional a pesar de haber pasado por una contienda interna muy desgastante en la que Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo ganaron la dirección del partido, recuperaba terreno erigiéndose como el grupo parlamentario más numeroso sin llegar a constituirse como mayoría simple.
El plan parecía funcionar con un PRI fortalecido en el Congreso al igual que el poder de sus gobernadores, que conjugado con la ineficiencia del ejecutivo y su impericia para negociar, así como el control indirecto de aquel de la política monetaria y -en menor medida- de la fiscal, daba cuenta de una resurrección pactada, sellada con la invitación de Fox a cogobernar mediante pactos y acuerdos con aquellos a quienes se comprometió a sacar a patadas de los Pinos.