Este fin de semana estuve en Acapulco con un par de buenos amigos. La primera vez que fui allá solo, sin la tutela de adultos -ni tíos, ni padres, ni primos grandes, nadie pues, más que la pura cuatitud- tenía yo dieciséis años, era el más chico de un grupo de seis amigos cuya edades, con excepción de la mía, fluctuaban de entre los diecisiete y los veinte años.
La mayor preocupación de nuestros padres estaba relacionada con el nivel de alcohol que un muchacho a esa edad es capaz de consumir y las consecuencias que esto nos podía acarrear; sin embargo, todos que ya trabajábamos, conseguimos los permisos necesarios una vez obtenido el dinero para el viaje, baste recordar que esto fue tres meses antes de la devaluación del 94. Y en efecto, la verdad nos la pasamos de maravilla y por supuesto, pedísimos todos. Aun así, es importante mencionar que de alguna manera todos nos cuidamos entre nosotros mismos y sí, lo más en lo que nos excedimos fue en eso del alcohol durante las tres noches que duró nuestro viaje. Si bien no éramos ajenos a la existencia de las drogas, como no las buscábamos, tampoco nos topamos con ellas, recuerdo perfecto que llegamos incluso a caminar dando tumbos por la Costera sin ningún temor. Desde entonces he regresado a Acapulco muchas veces con diferentes circunstancias.
Sin embargo, hoy, a muchos años de distancia, y después de cuatro años en que fui la última vez, las cosas han cambiado completamente, para empezar, en esta ocasión fui yo el mayor de mis amigos, y aunque igual tomamos una buena dosis de alcohol, la verdad es que aprovechamos el tiempo que pudimos para dormir; además, la preocupación de nuestras familias estaba ahora relacionada con el nivel de violencia que se vive en el puerto, como en gran parte del país.
En está ocasión vi un Acapulco semi vació, con los antros llenos de niños acapulqueños, seguramente menores de edad como yo en mi primer viaje, celebrando en las barras libres que hay sobre la Costera, es decir había más locales que turistas el sábado en la noche, por lo menos en la zona en la que me encontraba que es además la zona de mayor concentración popular y algo que era aun más diferente y que llamo mi atención: toda la noche una persona -que fue la misma- se nos acercó varias veces -por lo menos cada que pasábamos de un antro a otro- ofreciendo cualquier tipo de droga.
Este es uno de los puntos por lo que no creo en la "guerra" de Calderón contra el crimen organizado; ya lo he expuesto en este espacio, hace falta más que armas una estrategia que permita seguir la ruta de los dineros que el tráfico ilegal genera, pero hace más falta una política social generadora de oportunidades que permita alejar a los jóvenes de la tentación que genera el dinero que se gana por traficar drogas y de las drogas mismas.
Ahora, si bien las cifras demuestran que no somos un país consumidor, que sólo el 5% de la población ha probado algún tipo de droga, en comparación con el 45% de la población de nuestro vecino del norte, también es cierto que es más fácil que los jóvenes puedan acceder a ellas, y ésta es otra de las razones por las que no creo en las "bondades" de esta guerra que no es guerra, pues el dealer actuaba con total desparpajo en un área sumamente concurrida sin esconderse de nadie, en un puerto que se supone controlan el ejército y la marina, y con el auxilio de los cadeneros de los antros, con los que platicaba e incluso por los que era soccorrido cuando necesitaba, por ejemplo, agua.
¿De verdad se puede actuar así con ese grado de impunidad? Pues sí, yo lo ví.
---Alexred----
P.S.
Pero que tal el presidente hablando de los logros de los (des)gobiernos panistas, y la importancia de su "lucha contra el crimen organizado"