lunes, 5 de septiembre de 2011

Día del presidente...

Lo recuerdo bien; el primero de septiembre en mi primera década de vida no significaba otra cosa que un día de asueto, no había escuela o marcaba el inicio del curso anual; mi papá -que trabajaba en el gobierno- se quedaba en casa e incluso organizaba tremendos fiestones un día antes aprovechando la oportunidad de desvelarse -y él no acostumbraba dejar pasarlas-; era día familiar pero también había que estar al pendiente del informe del "Señor Presidente".

No recuerdo los mensajes, pero sí recuerdo que hubo ocasiones en que fueron muuuy largos, pero sobre todo recuerdo la entrada triunfal al recinto parlamentario de al menos dos de los tres presidentes de esa mi primera década, y por ahí un recuerdo vago -de esos que no quieres confirmar- de una ocasión en que Carlos Salinas regresó en un vehículo abierto, en un trayectó donde lució como súperestrella en un desfile en el que incluso la gente aventaba papelitos de colores a su paso, llenaba las calles y se asomaba por las ventanas, a pesar de que con él comenzaron las cosas a cambiar.

Lejos pues de representar un acto republicano en el que presidente asistía a rendir cuentas a los "representantes del pueblo", la ceremonia de apertura del periodo anual de sesiones del Congreso de la Unión se convirtió en la ceremonia del día del presidente, en el que la claese política aprovechaba la oportunidad de saludarlo de mano y aplaudir con gran entusiasmo y a la menor provocación cualquier cosa que fuese lo que dijera.

No es el tema, sin embargo, hay que decir que las reformas político-electorales que permitieron el acceso paulatino de la oposición del régimen al Congreso y la fractura que significó el conflicto electoral del 88, fueron un detonante de los cambios a este tipo de prácticas -que no han desaparecido (hay que ver lo sucedido hoy en el informe del gobernador del Estado de México)- y la misma oposición tuvo un mejor foro para denunciarlas.

Poco a poco el presidente de la República se encontró con un Congreso que ya cuestionaba directamente su actuar, el ritual del día del presidente dejaría de serlo; con la pérdida del control de la mayoría absoluta en San Lázaro por parte del partido oficial, se perdía también el control de la disciplina de los congresistas que caracterizó las seis década anteriores, transformando el otrora día de campo en el que la figura del presidente en turno brillaba como estrella con luz propia y se convencía a sí mismo que era el centro del sistema solar, en un tortuoso trámite constitucional que transitaba entre aplausos de los propios correligionarios y abucheos, interrupciones e interpelaciones directas al propio presidente.

Los legisladores del PAN y del PRD -en éste último caso desde su formación como partido político en las elecciones federales de 1991- y su antecedente el FDN, luchaban por darle al Congreso el peso de un poder constitucional que no tenía y que había sido socavado por el presidencialismo totalitario ejercido por el PRI.

Le tocó a Zedillo, pero fue con Fox donde el sistema posrevolucionario se vio rebasado pues no estaba diseñado para la pluralidad que el Congreso había adquirido y mucho menos para un presidente surgido de las filas de un partido político diferente al que fundó Calles, consolidó Cárdenas, adecuó Ávila Camacho y sirvió a los intereses de una clase política que utilizó el discurso de la Revolución para gobernar durante setenta años.

Aún así, y a pesar de dos presidencias panistas, las cosas no han cambiado mucho; la crisis electoral de 2006 puso al descubierto estas fallas sistémicas llegando al extremo de impedir que Vicente Fox rindiera su informe en la Tribuna de la Cámara de Diputados y, ni que decir de los subsecuentes ya con Felipe Calderón.

Como siempre pasa en estos casos, se optó por modificar la ley -en este caso la Constitución- y se libró al presidente de la obligación de presentarse ante el Congreso, aunque no de la de presentar su informe por escrito, arguyendo entre otras cosas que la ceremonia ya no respondía a los nuevos tiempos "democráticos", lindo eufemismo que sirvió para no decir abiertamente que, dadas las circunstancias Felipe Calderón no podría pisar el Congreso sin ser duramente cuestionado.

Esto al final ha propiciado que Calderón organice un acto privado donde invita a sus cercanos, se para enfrente de ellos y dice lo que él ha denominado un informe de gobierno, una especie de rendición de cuentas que más bien sirve como propaganda política ante un público a modo que no se atreverá a cuestionarlo, o por lo menos no en público ni directamente.

El llamado informe de gobierno, al no tener un marco jurídico que lo regule, no es sino una excusa para que, con el pretexto de rendir cuentas, se organicen tremendas reuniones donde lo más importante no es el derecho de informar que tiene el gobierno, ni el derecho a tal información que tenemos los ciudadanos, sino el lucimiento personal por encima del deber institucional y republicano, sin dejar de mencionar que, en el contexto que nos encontramos, es un foro para justificar sin que nadie pueda rebatirle, la absurda espiral de violencia en la que esta administración ha sumido al país, amén de representar un excesivo gasto público pues a la ceremonia, hay que sumarle la cantidad de spots en radio y televisión, que además se presentan en cadena nacional en horario estelar, la publicidad en medios impresos y las odiosas llamadas a casas particulares.

El que esta ceremonia sobreviva, es una muestra más de que se intenta gobernar como gobernó el PRI durante décadas, sin importar que ninguno de los elementos que permitieron que el presidencialismo priista subsisitiera durante tantas décadas exista en la actualidad.

No sólo es un mal gobierno, sino también un mal imitador.

---Alexred---

P.S. Piensan que de tanto repetir una mentira vamos a terminar pensando que es verdad. No. Yo no.


1 comentario:

  1. El show del año próximo incluirá el derroche de la fiesta de despedida y el doble de spots para convencernos q de no votar por su partido nos puede ir peor!! Yo tampoco le creo

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