viernes, 4 de diciembre de 2009

“El hombre, lobo del hombre”. Thomas Hobbes (I)


El Estado o mejor dicho su esencia, es definida por Hobbes como una persona de cuyos actos una gran multitud por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituida por cada uno como autor al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común, siendo el titular de esta persona SOBERANO, y del cual se dice tiene poder soberano y cada uno de los que le rodean es súbdito suyo[1].

Para Hobbes, la causa final –o designio de los hombres- al introducir esta restricción sobre sí mismos es el cuidado de su propia conservación y, por añadidura, el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que es consecuencia de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de la naturaleza.

El hombre, lobo del hombre, frase fatal que señala tal cual la naturaleza humana dominada por sus pasiones. Hobbes plantea la necesidad de dos contratos, el contrato social por el que cada individuo promete a los demás someterse al mismo jefe, y aquel otro por el cada miembro cede al jefe el derecho, que en estado de naturaleza posee, de regirse a sí mismo[2].

La comparación y análisis en torno a otras criaturas vivas, como las abejas y las hormigas que hace en su obra el Leviatán, sienta las bases para establecer la necesidad que el hombre tiene del Estado y justificar su existencia. Al respecto, señala las principales diferencias en el actuar natural de los hombres, respecto de aquellas otras, las enumera:

  • Primero, que los hombres están en continua pugna de honores y dignidad y a ello se debe que entre éstos surjan la envidia y el odio, y finalmente la guerra.
  • Segundo, que entre esas criaturas, el bien no difiere del individual, y aunque por naturales propenden a su beneficio privado, procuran ala vez por el beneficio común. En cambio el hombre cuyo goce consiste en compararse a sí mismo con los demás hombres, no puede disfrutar otra cosa sino lo que es eminente.
  • Tercero, que esas criaturas no teniendo uso de razón, no ven, ni piensan que ven ninguna falta en la administración de su negocio común; en cambio entre los hombres hay muchos que se imaginan a sí mismos más sabios y capaces para gobernar la cosa pública; dichas personas se afanan por reformar e innovar, con lo cual acarrean perturbación y guerra civil.
  • Cuarto, que aun cuando estas criaturas tienen voz, en cierto modo, para darse a entender unas a otras sus sentimientos, necesitan este género de palabras por medio de las cuales los hombres pueden manifestar a otros los que es Dios, en comparación con el demonio, y lo que es el demonio en comparación con Dios, y aumentar o disminuir la grandeza aparente de Dios y del demonio, sembrando el descontento entre los hombres, y turbando su tranquilidad caprichosamente.
  • Quinto, que las criaturas irracionales no pueden distinguir entre injuria y daño y, por consiguiente, mientras están a gusto, no son ofendidas por sus semejantes. En cambio el hombre se encuentra más conturbado cuando más complacido está porque es entonces cuando le agrada mostrar su sabiduría y controlar las acciones de quien gobierna el Estado.
  • Sexto, la buena inteligencia de esas criaturas es natural; la de los hombres lo es solamente por pacto, es decir, de modo artificial. No es extraño, por consiguiente, que se requiera algo más que haga su convenio constante y obligatorio, ese algo es un poder común que los mantenga a raya y dirija sus acciones hacia el beneficio colectivo[3].
Es en razón de estas características que llega a la conclusión de que el único camino para erigir semejante poder común capaz de defenderlos contra la invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismo y vivir satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad[4]

Para Hobbes una parte fundamental del Estado y de su gobierno es la soberanía de la que emanan, fuente de toda autoridad ya que otorga –dice- el poder soberano, el cual es indivisible. Este poder (soberano) se alcanza mediante dos caminos. En primer lugar, por la fuerza natural, como cuando un hombre hace que sus hijos y los hijos de sus hijos le estén sometidos, siendo capaz de destruirlos; o que por actos de guerra somete a sus enemigos a su voluntad, concediéndoles la vida a cambio de esa sumisión, llamándole a este Estado por adquisición. En segundo lugar, cuando los hombres se ponen de acuerdo entre sí, para someterse a algún hombre o asamblea de hombres voluntariamente, en la confianza de ser protegidos por ellos contra todos los demás, llamando a este otro Estado por institución.

Un Estado ha sido instituido cuando una multitud de hombres convienen y pactan, cada uno con cada uno, que a un cierto hombre o asamblea de hombres se le otorgará, por mayoría, el derecho de representar a la persona de todos (es decir, de ser su representante). Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra, debe autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, los mismo que si fueran suyos propios, al objeto de vivir apaciblemente entre sí y ser protegidos contra otros hombres.

 (CONTINUARÁ...)



[1] Hobbes, Thomas. El Estado. Parte 1 de las causas, generación y definición de un Estado. Fondo de Cultura Económica México 1997. Recurso electrónico a través de BIDIUNAM
[2] Heller, Herman. Teoría del Estado. Fondo de Cultura Económica. México 2000. p 38
[3] Hobbes. Op cit.
[4] Idem.

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